Sindo Garay no estudió música y sin embargo fue uno de los grandes compositores de finales del siglo XIX y mitad del XX, admirado por compositores nacionales y extranjeros. Aquí encontrarás la historia de algunas de sus más populares creaciones.
Sindo Garay uno de los más prolíficos autores cubanos, quien aprendió a leer después de llegar a los 16 años y prácticamente no estudió música, fue un hombre muy admirado, tanto por grandes músicos nacionales como internacionales.
Su padre cuando él era niño lo llevaba a ver las zarzuelas y óperas que visitaban Santiago de Cuba y aprendió un poco de guitarra con Pepe Sánchez, el trovador considerado como el autor del primer bolero conocido.
La cantante lírica Carmela de León escribió que Sindo “fue sobre todo compositor de canciones y boleros, pero incursionó en el lied tan felizmente como pudieron hacerlo Mendelssohn o Schubert”. Ahí está para atestiguarlo sus canciones Germania y su Guarina número 2.
Bohemio por naturaleza, el cantautor nunca quiso estudiar y a los 16 años, ante la evidencia de la necesidad del aprendizaje, se propuso aprender a leer de una de una manera muy personal: le pedía a los amigos que le dijeran que letras y vocales aparecían en unas palabras en los periódicos, las que luego copiaba hasta hacerlas suyas.
Antonio Gumersindo Garay García, (1867-1968), al primer extranjero que sorprendió fue al pianista alemán German Michaelsen, residente en Santiago de Cuba, al presentarle su obra Germania, con una elaboración armónica que sorprendió al agasajado quien dijo que ella le recordaba los aires musicales de su tierra. Esto ocurrió en 1888.
Además de sus dotes como compositor, otra de las cosas que lo caracterizaba era su voz. Contrario a lo que la teoría dice Sindo tenía excelente voz de barítono a pesar de ser pequeño y delgado.
El intérprete, junto a su hijo Guarionex, cantó haciendo la voz segunda en uno de los dúos considerado entre los grandes de todas las épocas.
De parranda con Brindis de Salas
En unos carnavales en Santiago de Cuba, Sindo Garay y dos amigos más, disfrazados de mujer, entonando una rumbita, vieron a un hombre negro, alto, que los miraba con simpatía y que rápidamente se unió al grupo.
“Trocha arriba y trocha abajo”, el hombre al fin se identificó como Claudio José Domingo Brindis de Salas, el cubano mundialmente célebre violinista.
Finalizadas las fiestas carnavalescas, la amistad entre ambos hombres se hizo más profunda e incluso llegó a tocar a dúo con el recién conocido.
Declaró Sindo que los acordes y giros melódicos que imprimía a su guitarra, causaban una gran admiración al afamado violinista.
Ojos negros, ¿folklore ruso?
Con Brindis de Salas, el trovador asistió a las representaciones de una compañía de ópera italiana y pronto se hizo amigo de los cantantes y coristas, con quienes recorría de madrugada las calles santiagueras.
Contaba Garay que una tonada que había hecho para su comadre Úrsula Coimbra, se las enseñó a los visitantes, que comenzaron a tararearla y se la llevaron para su tierra.
Luego volvió a oír la tonada pero ahora aparecía como sacada del folclore ruso bajo el título de Ojos negros. “Yo nunca inscribía mis obras y de ahí que pasaran cosas como esta, yo no le daba importancia a lo que pudiera suceder”; decía Sindo.
Alabanzas para el bardo
Sindo Garay longevo compositor cubano
Una tarde se encontraba Sindo en la editorial de música Anselmo López, situada en La Habana Vieja, y coincidió con varios músicos importantes mientras él ponía los acordes de una canción para que una pianista de nombre Carmela la transcribiera.
José Martín Varona y Pepe Mauri, reconocidos en aquella época, no pudieron ocultar su admiración ante aquella composición y más, al conocer que su autor no sabía nada de teoría musical. Otro que estuvo presente fue Eduardo Sánchez de Fuente, quien dijo le constaba que Sindo no sabía absolutamente nada de música y ni siquiera conocía el pentagrama.
En 1950 el notable guitarrista Andrés Segovia dijo del intérprete: “Este hombre jamás se equivoca al colocar un bajo. Armoniza bien y ¡qué bien se acompaña con manos tan pequeñas!”.
A estos habría añadir los elogios que le hizo el compositor Manuel M. Ponce, quien se preguntaba cómo un espíritu casi silvestre podía ser tan prodigioso. El no menos famoso tenor italiano Enrico Caruso, cuando lo oyó tocar y cantar a dúo con Guarionex, exclamó: ¡Exotismo! ¡Exotismo!
Una breve mirada
Es imposible hablar en un solo post de la enorme lista de canciones creadas por él, aunque algunas tuvieron textos que no son de su autoría.
Comencemos por La Tarde (La luz que en tus ojos arde…) se trata de una cuarteta del poeta mexicano Amado Nervo, seguida por una quintilla de la poetisa Dolores Tío. Por cierto, afirmaba Sindo, muchos cantantes cambiaban el penúltimo verso de la quintilla y dicen “se agolpan” por “se mellan”, que es como lo escribió la puertorriqueña.
Perla marina… que en hondos mares, vive escondida entre corales, con letra y música de Sindo, fue creada a pedido de una muchacha que vivía en una casa de huéspedes en La Habana.
También de su letra y música es La mujer bayamesa, esa que exalta los sentidos luego de largos tragos etílicos con aquello de “Tiene en su alma la bayamesa, triste recuerdos de tradiciones…”
Cuando un ciclón asoló La Habana en 1926. Garay escribió y compuso El huracán y la palma, que fue muy popular.
El dúo de las Hermanas Martí popularizó por 1920 otra de las joyas del cantautor: Retorna (Retorna, vida mía, que te espero, con una irresistible sed de amor…)
Su coterráneo Nilo Menéndez hizo un número de mucho éxito titulado Aquellos ojos verdes y ni corto ni perezoso Sindo creó Ojos de sirena cuya estrofa final dice: “Por eso es que en las playas, se dice que hay sirenas, que tienen ojos verdes profundos como el mar”.
La obra de Sindo Garay es inmensa, basta decir que en 1945 se grabaron ochenta y seis obras suyas, donde cantan él y sus hijos, acompañándose con su guitarra, las que se encuentran en poder del Seminario de Música Popular del Ministerio de Cultura.
Fuentes: Datos tomados del libro “Sindo Garay, Memorias de un trovador”, de Carmela de León, Editorial Oriente, Santiago de Cuba.