José Antonio Méndez (El King) salió de su casa el viernes 9 de junio alrededor de las 11:30 pm rumbo al Pico Blanco, —rincón del feeling—, en el Hotel Saint Jhon, donde debía comenzar a cantar a las 12:00 am. Al rato de haber salido de su casa, en la esquina de 23 y M sufrió un absurdo accidente. Alrededor de las 12:30 am fallecía en el Hospital Calixto García. Ese día, según el mismo había expresado horas antes, era uno de los más felices de su vida.
Tengo el vicio de caminar rápido, no puedo hacerlo de otra manera. — Un día se te va a reventar el corazón— dicen para asustarme, pero conozco muy bien a mi chequendengue (corazón) y él nunca me va a entregar a la muerte en la mitad de un camino. Esta noche, chequendengue, tienes que galopar, se me ha hecho tarde, a las 12 en punto debo estar sentado con la guitarra en la mano, porque como todos los días, debo espantar el silencio al micrófono.
El único miedo que me acompaña son los cordones de los zapatos, si les da el capricho de zafarse… El barrigón no me permite amarrarlos por eso siempre antes de salir de casa mi negrita los aprieta con tanta fuerza que siento lástima por los zapatos. La negra, carajo, tremenda mujer, Floriselda Rodríguez, así se llama, pero nunca digo su nombre porque me gusta llamar las cosas según se le ocurra a mi imaginación. ¿Qué hora es? Debo apurarme, esta calle es muy empinada, el chequendengue no parece quejarse. Esta no es mi ruta habitual, prefiero caminar hasta el final de la calle Calzada para encontrarme con el mar y echarle un vistazo antes de llegar al Pico Blanco. Hoy no tengo tiempo para cumplir con la rutina, mañana vuelvo a dar el mismo paseíto de siempre. Los clubes y cabarets tienen ese olor a madera podrida que nace del humo de los cigarros, las colillas y el alcohol. El aire de mar es la mejor medicina para olvidar ese olor.
La negra no quería que fuera a trabajar esta noche. Sólo fue una petición, pero la manera en que lo dijo y sus ojos inquietos, como si buscaran respuesta a una pregunta desconocida, me hicieron dudar por un momento. Ella nunca tomaba esa actitud cuando debía irme para el trabajo. La incertidumbre no vivió más allá de unos segundos, de cierto modo tenía un compromiso que me obligaba a ir al Pico Blanco. Los mexicanos después de participar en el Festival del Bolero, seguro que terminarían despidiendo la noche allí en el Rincón del feeling y les iba a doler mi ausencia. No solo se trata de cumplir con los amigos, es que también padezco de una incurable nostalgia por México.
México, México… Con solo decir el nombre a la memoria se le fugan los recuerdos. Llegué a Veracruz en barco, el pasaje lo había pagado con un dinerito ahorrado y sobre todo con la colecta que me hicieron los amigos. En Cuba mis canciones se transmitían por radio, gustaban, pero como derecho de autor me pagaban 4.75 pesos. Tremendo relajo, como ni siquiera había una sociedad de autores que te protegiera te robaban el dinero. El impulso para cruzar el charco fue escuchar a Toña la Negra cantar una de sus composiciones durante su visita a La Habana. En este negocio no es suficiente el talento, hay que buscar además el modo de hacerse sentir.
Debo aguantar el paso, me falta el aire, esta calle para caminarla cuesta arriba hay que hacerlo con años de juventud. La cara nocturna de los viernes es agradable porque los jóvenes parecen ser los únicos habitantes en esta parte de la capital. Si les preguntara ahora, —“oye King, ¿sabes quién soy yo?—, casi seguro que la mayor parte respondería encogiendo los hombros para aseverar su ignorancia. Eso es natural, los jóvenes de cada época eligen a sus artistas, además para escuchar las canciones del feeling hay que ir al Pico Blanco donde no es nada fácil entrar, porque ahí tiene prioridad la verdolaga, (dólares).
— Jose, Jose…— repetía insistentemente la negra para despertarme, pero le escuchaban lejos, como si estuviera viviendo en el fondo de un pozo. Finalmente abrí un solo ojo y la negra sonrió pensando que era una broma, pero en verdad tenía tanto sueño que me parecía tener dos anclas en los párpados. Pregunté la hora y me sentí en la lengua un sabor a trapo sucio.
—Son las 11:18— comentó la negra mientras me ofrecía un vaso de leche. Nunca dejaba de cumplir con ese rito. Antes de irme a cantar siempre me daba leche o frutas, decía que era para refrescarme el estómago.
El vaso de leche de esta noche sí lo necesitaba; cuando desperté aún tenía la garganta caliente por los tragos tomados durante la tarde. Ahorita cuando llegue al Pico… Portillo —como siempre hace desde que nos conocemos— volverá a regañarme cuando olfatee en mis palabras el perfume del alcohol. Otra vez le repetiré mi lema: “Mira King, nunca he visto una botella de aguardiente Coronilla que diga en la etiqueta beber daña su salud”, y entonces le criticaré su fumadera de cigarrillos. Además, hoy los tragos si están justificados. Este es mi día más feliz. El viaje a Paris, está confirmado y el almuerzo con los amigos mexicanos fue un éxito.
Los viajes no me entusiasman como antes. Con los años se termina domesticado por costumbres insignificantes que reinan la vida de uno con imposiciones de dictadura. Tengo la respiración muy agitada, debería haber buscado una calle con menos pendiente; por suerte, de aquí en adelante todo es bajada. Al rato, cuando regrese a casa voy a comerme un coctel de frutas, la negra me lo prometió en el momento de irme. Es lo mejor para matar la sed. Por visitar Paris, vale la pena cualquier sacrificio. Había una frase… Paris bien vale… no me acuerdo. La historia nunca fue mi fuerte, lo mío era estudiar agronomía. Lo que decidió mi destino fue la guitarra comprada por mi padre, la tarde que le acaricié las cuerdas, termine hechizado. Desde ese momento nunca más la abandoné.
Camino como si llevara plomos en los pies. Dos horas de sueño no son suficientes y mucho menos cuando la sangre todavía está inundada de cervatanas (cervezas) y megatones (rones).

El King en una actuación
— ¿Qué pasará, King? ¿Por qué me celebran tantos homenajes? Esta gente pensará que me voy a fugar (morir), le pregunté a Juanito, el sobrino antes de dormirme. No recuerdo sus palabras, solo que trató de hacerme reír y lo logró. Irse a la cama acompañado de la tristeza solo sirve para alimentar pesadillas. Él tenía un vaso lleno hasta la mitad con megatón (ron), pensé preguntarle por qué hoy violaba la norma de no beber y no lo hice, a un amigo se le respeta el silencio de sus secretos. Quizás después en el Pico… exista una oportunidad para decirle que disimulé dormirme enseguida porque sus ojos parecían hablarme de una despedida sin retorno. A pesar de ser casi la media noche, Coppelia mantiene su condición de oasis asediado.
“Soy tan feliz, nada me preocupa en el mundo / por ser así / sé que temor casi infundo”.
La filosofía de esta canción me gusta, hace tiempo no la canto. Hoy voy a decirla. Si no tengo motivaciones, historias por contar, no puedo componer.
De las desgracias en amores nacen los mejores cantos. Esos son los que más me gustan porque en desdichas amorosas nadie es inocente, y esa cicatriz solo tiene cura con la música. Pero la música también ayuda a conquistar afectos. Una vez, en Ciudad de México, el amanecer me encontró, guitarra en mano, participando en una serenata. Al llegar a la casa la muchacha con quien vivía se negaba a abrirme la puerta a pesar de ofrecerle mi mejor repertorio de disculpas. Tomé la guitarra y sin pensarlo dos veces improvisé una canción: “Si me comprendieras, si me conocieras jamás dudarías…” Cuando termine de cantar, ella abrió la puerta invitándome a pasar.
Caramba a la memoria esta noche le ha dado por sacudirse el polvo del olvido. Un trio de charros negros…, ahora uno lo cuenta y hace reír pero era un asunto muy serio. Nos pusimos el nombre de Xochimilco y comenzamos con una canción de Jorge Negrete. Eso fue por los años 40. Cuando se nace con alma de músico no hay manera de escapar de ese destino. La vida de un músico puede parecer divertida, viajes, tragos, mujeres, aplausos, pero eso es lo aparente, la fachada. Este es un oficio en el cual se vive con disciplina de monasterio, y muchos de sus practicantes son individuos solitarios que gustan de guerrear contra la soledad. Vaya, hoy me ha dado por filosofar, a ver si por preocuparme y pensar boberías resbalo en esta calle y hago tremendo papelazo. Voy loma abajo y el barrigón…, no falta mucho para El Pico Blanco. Esta gordura se la debo a la sed. Cuando estoy delante de una cervatana, olvido la promesa de no beberla. Siempre me prometo tomar una sola pero parece que no soy bueno en matemática, porque entre la primera y la última olvido la cuenta.
— Te dejo las llaves del carro, cuando te vayas a ir despiértame para llevarte— eso dijo el esposo de mi hijastra hace un rato, pero preferí caminar. La negra insistió y hasta puso cara de mal genio, en que debía utilizar el automóvil, pero me disgusta molestar a las personas. Todavía tengo dos piernas que devoran metros con buen apetito. Ese entrenamiento me lo impuso la penuria, el asfalto de Ciudad México puede atestiguarlo. Los zapatos fallecían de cansancio cuando llegué allí por vez primera, buscando a alguien que se interesara por mis canciones. Fernando Fernández en el almuerzo de esta tarde, mientras elogiaba a la negra por su buena mano para cocinar, se comía los tachinos con un deseo vicioso. Los plátanos y yo no tenemos muy buena amistad. Todo empezó en México; la visa había caducado y viajé a Guatemala para desde allí renovarla. Apenas tenía dinero, empeñé la guitarra para conseguir unos quilos. — King, me comí la United Fruit Company… Plátanos, sólo eso en el almuerzo y la comida. El hambre venció a la vergüenza y le escribí a mi editor pidiéndole un dinerito. Por poco muero de susto, recibí 1 800 verdolagas (dólares). Antes de salir de México el trio Los tres diamantes había grabado La gloria eres tú, y se vendieron cien mil discos. Regresé a México en avión, en primera clase, como si fuera un rey.
Hoy tengo la cabeza rebelde, los pensamientos parecen bolas de billar locas, sin control, chocan, ruedan… Quizás debería haberme quedado en casa contándole a la negra historias que ya conoce. —Estás poniéndote viejo, King—, ya no disfrutas como antes tu condición de cantor en la vejez de la noche y la de experimentado durmiente, conocedor de los amaneceres del mediodía.
“Viviré así / hasta que llegue la muerte y dejaré al destino / señalarme el camino y decidir mi suerte”.
La memoria otra vez, insiste con esa canción, es la más pesimista de todas mis composiciones. No entiendo por qué ese capricho. No tengo ánimo, precisamente hoy para cultivar la pesadumbre y mucho menos intenciones de interrogar a la suerte. Cada día hay que vivirlo como su fuera el último, es mi lema y eso fue precisamente lo que hice hoy. La negra, temprano en la mañana, salió de cacería al mercado y encontró los frijolitos chinos para el arroz frito. El jueves, cuando invite a los mexicanos a reunirnos para un almuerzo, sólo pidieron daiquirí, arroz frito y tachinos. No celebrábamos nada en concreto pero no hacen falta pretextos para secuestrarle unas horas a la vida en nombre de la alegría.
Coño, estoy divagando y el reloj ahorita canta la media noche. He gastado mucho tiempo en descender esta cuadra del hotel Habana Libre. Al fin llego a la esquina, cruzo rápido y…
Dolor, mucho dolor. No puedo pararme, la guagua, eso, la guagua, mi cabeza, siento olor de sangre, miedo, ¿es miedo?, zapatos, pantalones, la gente quiere ayudarme, gritan, todos hablan, ese es mi nombre, alguien me reconoce, las palabras se me ahogan en la garganta, estoy vivo, siento dolor, la negra… ella no quería dejarme salir, corrí, a mitad de calle sentí que algo se me venía encima, aire, necesito aire, unas manos palpan mi cuerpo, tratan de levantarme, cuidado el dolor, digo, no me oyen, cómo aviso a la casa, al hospital, repiten la voces, solo veo las calles, todo está borroso, el automóvil corre, burla semáforos, el claxon es un grito que anuncia desgracias, la distancia es corta, ya no llego al Pico, nadie va a enterarse dónde estoy… Tranquilo, tranquilo, por lo menos no he muerto, no, digo y camino solo hasta la camilla, esa muchachita me mira con ojos de miedo, apuran la camilla, techos, techos, odio los hospitales, huelen a…, me preguntan el nombre; José Antonio Méndez, logro responder. Desabrochan la camisa, el cinturón, los médicos tocan, le miro las caras, intentando encontrar una respuesta. Cierro los ojos, una enfermera habla de que soy cantante y compositor, y comenta saber a dónde llamar, curan la herida de la cabeza, ahí tengo escondidas todas las canciones, “dejaré al destino, señalarme el camino y decidir mi suerte”, la guitarra esta noche va a tener que casarse con el silencio, no puede ser nada serio, escucho, —costillas fracturadas, perforación…—, ¿dijeron operar? el chequendengue está agitado, están preguntando por mí, son voces amigas, ahí está Juanito, lo saludo moviendo los párpados, las palabras se me perdieron, ya no soy el ronco, sino el mudo, Juanito debe haber terminado su turno en el Pico…, la mano de Juanito está demasiado caliente ¿o soy yo el frio?, quiero moverme y no puedo, los médicos piden que se retiren los visitantes, están apurados, los brazos no los siento, el pecho, dolor duro, los ojos… ¿Y esa neblina?… los médicos dicen cosas, los escucho muy lejos, están haciendo algo con mi cuerpo, infarto, ahora si lo entendí, claro, — King, parece que esto se jodió—, tranquilo, la negra debe estar en camino, y debo hacerla reír como siempre, dolor otra vez, dolor, en el pecho, cuidado con esa neblina, el olor de los hospitales, ya encontré como explicarlo, huelen jarrón de flores mustias, luz…, más lu… … …
(Artículo escrito con la colaboración de Ángel Tomás)
Queridos amigos, quiero ser algo breve pero no tengo el tiempo adecuado para poder decir a cabalidad lo que siento, pero en resumidas cuentas no se como llegue aqui esta narrativa aqui sobre Jose Antonio Mendez me llena de alegria y nostalgia ; tanto por el y por mi mismo ( soy guitarrista ) y me resulta un privilegio y un placer inmenso el poder ver reflejada en su vida algo de mi. Los seres se encuentran en el camino de la vida y una vez desde alli comienza toda una nueva historia. Gracias mil por ser portadores de tan sublime interes en la difusion y promocion de los verdaderos valores que asi siempre han caracterizado al muy respetado pueblo cubano; gracias.
Hola Jose. Nos encanta que ese sea su sentir. Artistas como el King son tan grandes que aquellos que lo vieron no pueden olvidarle. Gracias por comentar