Decir Juan Formell resulta tan familiar y significativo, que nos transmite la sensación de estar hablando de una persona bien allegada y querida. Después de más de cuarenta años al frente de la orquesta Los Van Van, poseía el don inigualable de entender de manera ingeniosa y a la vez profunda cómo se comportan los cubanos en su día a día; y de transformar ese fenómeno en una obra artística que perdurará por mucho tiempo, como un ameno testimonio de lo que fue la Cuba enjundiosa de varias décadas.
Tiempos en que los cubanos solíamos derrochar un entusiasmo marcado por la autenticidad y la esperanza; a la vez que la sociedad enfrentaba grandes retos, en los que sus canciones inyectaban alegría, y mucho corazón, a las arduas tareas impuestas por la cotidianidad. Una de sus mayores virtudes se relaciona con esa vena humorística capaz de volver graciosas situaciones complejas y más bien tensas.
Durante las distintas etapas de su creación muchos entendidos lo han definido como un sorprendente filosofo del argot popular, capaz de darle forma y orden a través de la fusión letra-melodía al pensamiento de diversos grupos sociales; y de descubrir el denominador común entre gente que puede parecer muy diferente, lo que me atrevo a definir cómo un camino sensato hacía el enigma de la cubanía.

Juan Formell describió la manera de vivir del cubano en sus canciones
Su extraordinario don para manipular una serie de frases que constantemente suelen decirse en la calle, y que de alguna manera marcan la identidad de las diferentes zonas urbanas, fue fructificando en legendarias canciones coreadas y bailadas por miles y miles de seguidores. Entre tantas de estas frases que pasaron a ser grandes éxitos de su orquesta se encuentran: Nadie quiere a nadie; Los pájaros tirándole a la escopeta; Me pone la cabeza mala; y Ay Dios ampárame.
Detalles tales como aquel capaz de encerrar como caminan, bailan y se comportan las mujeres en esta isla, aparece en una pieza antológica en su obra llamada Por encima del nivel, más conocida entre los bailadores como La Sandunguera, interpretada de manera magistral por uno de los cantantes emblemáticos del conjunto, Pedrito Calvo. Incorporarle el adecuado color sonoro a sus contagiosas letras es otro de sus grandes aciertos; teniendo la claridad de otorgar todo el protagonismo necesario a lo singular del son cubano, ganado por este a través de su propio periodo de formación; y que constituye uno de los elementos más preciados de aquellos que corren por la sangre de los nacidos aquí.
En este sentido lo más apasionante de las nupcias entre Formell y el pueblo es el proceso donde el músico adquiere una serie de claves de la sabiduría y la expresión popular y después la sociedad hace suyo lo que él ha convertido en arte poniéndolo a funcionar en escenas tanto de la vida pública como de la vida privada. Su folklorismo se manifiesta tan espontáneo como la propia existencia, llegando a alcanzar notables valores espirituales y de identidad.
El tratamiento de la religiosidad en su música también cobra un especial protagonismo; Formell abordó el tema con gracia y respeto a un mismo tiempo, cautivando desde esa óptica a un amplio público. Como dato curioso hay que decir que Los Van Van se fundaron precisamente un 4 de diciembre de 1969; día en que cada año ocurre una de las celebraciones religiosas más intensas de Cuba, la de Santa Bárbara o Changó.
A los que tuvimos la oportunidad de conversar en más de una ocasión con Formell nos resultaba apasionante descubrir como su propia biografía ocupaba un papel protagónico en su obra musical. Él solía contar con frecuencia sobre la pasión de su madre por la cocina y como en cierta medida heredó esa inclinación por lo culinario, que le facilitaba un contacto más íntimo con las preferencias populares dentro de la comida criolla. Los que ya nos acercamos o sobrepasamos los cincuenta años, aún no hemos olvidado un tema suyo que estuvo muy pegado y que en varias ocasiones se materializó en nuestras propias cocinas, dicha canción se titula: Échale calabaza al pollo.
Al decirnos adiós el primero de mayo del 2014 el maestro nos dejó un legado expresivo de indiscutible riqueza, el testimonio de gente común que también pueden llegar a ser brillantes. Personas como su propio barbero, que según una anécdota suya; al llegar alguien agitándolo para que lo pelara rápidamente este le respondió: “No te equivoques, que la cucaracha tiene antenas, pero no es un televisor”.
Fotografías: Archivo de Pedro Herrera