La presencia de la música en José Martí y Pérez, el más grande pensador cubano, tiene largas raíces dentro de su propia vida y se extiende hasta los días de hoy, sobre todo con el color que dieron sus Versos Sencillos al internacionalmente conocido número La Guantanamera, de Joseíto Fernández.
Aunque no fue un musicólogo, al adentrarse en la crítica del mundo sonoro se nota su alta sensibilidad, unida a la poderosa magia de su palabra, la misma que le hizo escribir: «lo verdadero es lo que no termina y la música está palpitando perpetuamente en el espacio», además de valorar a la música como «un hada invisible: en las ciudades invita a la alegría, al perdón y al movimiento: en campaña, pone las armas en manos de los combatientes».
Se dice que su abuelo, don Antonio Pérez Monzón, fue director de una banda de música en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias y posiblemente haya ejercido alguna influencia en él.
Rafael María de Mendive, maestro de Martí, era amante de la música italiana e incluso escribió un libreto para la ópera Gulnard, a pedido de su autor Luigi Ardite, por lo que no debemos dudar que haya sido uno de los que sembró en Marti el interés por el arte de los sonidos y el tiempo.
Por ello hasta quiso estudiar algo de música, según descubriera Alejo Carpentier cuando realizó sus investigaciones para su libro La música en Cuba. Se trata de un folleto de teoría musical, escrito por Narciso Téllez y Arcos, publicado en La Habana en 1868, descubierto
en la Biblioteca Nacional de Cuba. La obra tiene apuntes de Martí, palabras subrayadas, correcciones a erratas de imprenta.
Según Carpentier el método era infame, por lo que Martí hizo bien en dejarlo de lado pues no habría aprendido mucho con él.
Es interesante como en su revista La Edad de Oro, dedicada a los niños, tiene un espacio para escribir con conocimiento biográfico de grandes músicos como Paganini, Schubert, Weber, Beethoven y otros.
Al olvido tampoco debe alojarse la amistad que sostuvo con su coterráneo Emilio Agramonte, director de una escuela de Ópera y Oratorio, a quien dedicó dos artículos en su periódico Patria, según consta en el Tomo 5 de sus Obras Completas, páginas 307-309 y 311, respectivamente.
En carta a su ahijada María Mantilla, la incita a estudiar piano y deja asomar el tipo de música de su preferencia: «A mi regreso sabré si me has querido por la música útil y fina que hayas aprendido para entonces; música que exprese y sientas, no hueca ni aparatosa…»
Incluso cuando Martí le escribe emocionado a su hermana Amelia, por haber ésta contraído matrimonio, dice que su alegría fue tan grande que «hasta canté un poco».
Algunos comentarios al vuelo
Mozart, uno de los compositores que más admiró Martí. Reproducción del grabado original de la revista “La edad de Oro”.
Dijo El Apóstol: «De ópera hay dos casas. Una de ópera italiana; otra alemana, donde con artístico relieve desfilan ante un público ceñudo las figuras resplandecientes y vagas como las nebulosas de la leyenda de Wagner, parecen una cohorte de guerreros de plata, suben por un cielo oscuro en el lomo de un inmenso cisne».
En breve síntesis podemos decir que califica así a algunos creadores de aquella época: «el penetrante Verdi, el melifluo Bellini, el dificilísimo Mozart, el poderoso instrumentista Meyerbeer».
Y otras calificaciones rápidas las hace cuando escribe: «La música ha de crear como en Händel, ha de gemir como en Verdi, ha de pintar como en Mendelssohn», y en otra ocasión señala: «la majestad de Liszt, el color de Saint-Saëns y la plenitud y misterio de Schumann».
De los compositores cubanos Ignacio Cervantes y José White, escribe acerca de sus cualidades interpretativas pero nada sobre las composiciones que crearon, a pesar de que el segundo tocó dos obras de su autoría en la función a la que asistió Martí.
Llama su atención algunos intérpretes de aquella época como el barítono francés Jean Louis Lasalle, la soprano dramática, de nacionalidad sueca, Kristina Nilsson, la italiana Adelina Patti, el tenor lírico español Sebastián Julián Gayarre,
Entre sus apreciaciones sobre ellos, escogemos las siguientes: «Lasalle canta lealmente, sin florear la partitura; voz llena, igual serena y alta»; «la Nilsson no desdeña el trino…pero no abusa de él, su canto sigue de cerca la partitura de su creador; la Patti, criatura canora, de cristal hecha y plata, que aras merece, y no loas de plumas» y sobre Gayarre exclamó: «¡Qué frasear y qué atacar notas agudas!»
Martí, amante de los géneros populares y… ¿letrista de canciones?
Son interesantes algunos de sus apuntes pintorescos sobre la música popular, a la que parece no era totalmente ajeno. Su discípulo Gonzalo de Quesada habla sobre la inclinación de Martí a tararear la guaracha El negro bueno, de F. V. Ramírez, la misma que se cantó en el Teatro Villanueva de la capital cubana, cuando el asalto brutal de los Voluntarios Españoles, el 21 de enero de 1869.
En 1892, Martí asistió a una velada musical en casa de Federico Henríquez Carvajal quien cuenta como su esposa tocó varias piezas, entre ellas una canción cubana: La Bayamesa, en ritmo de vals. Carvajal al contar la anécdota deja entrever que “alguien” recordó, tarareando, los versos iniciales… ¿Sería válida, amigo lector, la suposición de que Martí fuese este entusiasta que siguiera la melodía?
En un escrito sin su firma pero donde el estilo, según los estudiosos, revela su personalidad, el Apóstol escribió sobre un concierto de caridad, organizado por el compositor Antonin Dvorak en la sala de concierto del Madison Square Garden, el 27 de enero de 1894, con artistas de la raza negra.
En su crónica alaba al coro de niños, «con voces vibrantes, claras y finas» y también se refiere a una solista al escribir «cuando la señora John dio el La sobreagudo, con toda naturalidad como la Patti en su mejor momento, y cantó con tanto brío y gracia como cultura, el público no hallaba manera de acabar de aplaudir».
Apunta que «el público esperaba muy poco de la fiesta… al retirarse se iba lleno de ardiente entusiasmo por lo sorprendente y satisfactorio del espectáculo… ¡Todos los artistas en aquel concierto, con una sola excepción, pertenecían a la raza de color!»
Pero lo más sorprende es el texto de Martí para una composición, que se convirtió casi en un himno entre los emigrados cubanos que vivían en Tampa, Cayo Hueso, Jacksonville, Ibor City y otros lugares de la Florida.
El tabaquero cubano emigrado Benito O´Hallorans musicalizó las estrofas a las que Martí puso el título de El proscrito, pero la gente la bautizó como La canción del Delegado.
He aquí el texto:
Cuando proscrito en extranjero suelo
La dulce patria de mi amor soñé
Su luz buscaba en el azul del cielo
Y allí su nombre refulgente hallé.
Perpetuo soñador que no consigo
El bien ansiado que entre sueños vi.
Siempre dulce esperanza va conmigo
Y allí estará en mi tumba junto a mí.
El musicólogo Hilario González en el siglo pasado se puso en contacto con el guitarrista Nené Enrizo, quien le tocó los acordes que recordaba y logró reconstruirla con ritmo de criolla y hoy se encuentra archivada en el Museo Nacional de la Música de esta capital.
Fuentes:
Música en el periódico Patria, Zoila Lapique: Martí en la música, Omar Vázquez, periódico Granma, Obras Completas de José Martí, varios tomos, libro José Martí y la Música, de Salvador Arias García, La Habana Centro de Estudios Martianos 2014.