En las canciones de música popular bailable se pueden encontrar multitud de frases y giros propios del habla común del cubano “de a pie”. Indiscutible mérito tuvo Juan Formell en llevar a sus canciones la riqueza del diario vivir, sin un ápice de vulgaridad ni falta de respeto, cuestión de la que debería aprender tanto improvisado autor, abundantes en la música cubana de hoy, “descomponiendo” con sus groserías los pentagramas nacionales.
El siempre recordado compositor del movimiento feeling, José Antonio Méndez, llegó a establecer en su habla cotidiana un lenguaje único, cargado de ironía e innovación, con palabras que solo los más avezados interlocutores del artista podían adivinar. Sus ocurrencias son tan simpáticas que cuando leímos estos pasajes del libro Elige tú que canto yo del músico y erudito Leonardo Acosta, pensamos en cómo Juanito Formell habría abordado estas expresiones en uno de sus sabrosísimos números.
Cuenta Leonardo Acosta:
«José Antonio estaba tomando “la mañanita” y me invitó a compartir con ellos. Me pusieron un gran vaso de ron que fui consumiendo a la par de los demás, mientras conversábamos sobre el baile del 31 y el repertorio. José Antonio me estuvo observando y, ya liquidado el ron, me invitó a una segunda ronda. Cuando la acepté, se dirigió al piquete: “y yo que pensaba que nada, le ví al hombre un tipo de filomático de bachillerato y resulta que el gallo es un hachero”. Ese fue mi primer acercamiento al lenguaje coloquial del King. Luego descubrí que él no solo asumía el lenguaje popular cubano, sino además lo enriquecía creando nuevas palabras y giros, y más tarde incorporándole varios mexicanismos. Hoy lo considero un verdadero innovador de nuestra habla popular.»
«Más de treinta años después, King me invitó a tomar unos “lagartos”, o como se dice en México, “unas cervatanas bien helodias” en el Pico Blanco del Hotel St. John’s, vacío a esa hora de la tarde. (…) Nos pusimos a recordar viejos tiempos y le mencioné aquel lejano 31 de diciembre. Lo recordaba perfectamente pero “¿en qué año fue eso?”, y le dije que en el 51, según mi cuenta. “¡Que va, King, eso fue como en el 49!” Ahí paró la conversación, dejó en el mostrador la jarra de cerveza, giró en la banqueta y me preguntó: “¿Ven acá, King, qué edad tú tienes?” Le contesté que cuarenta y nueve y ahí mismo estalló su explosiva alegría diciéndome: “King, yo sabía que tú andabas por la media risa.”»
El King y la “curdonáutica”
«Como era de esperar, el King y yo por lo general nos encontrábamos en un club nocturno o en un bar, y si era en la calle y sin prisa, nos encaminábamos al más cercano. El vocabulario del King era excepcional en el terreno de la cantina: el inventó al “curdonauta”, y con este, toda una disciplina científica, “la curdonáutica”. Si en vez de un lagarto pedía un trago al duro, era un “megatón” o un “planazo”; la comida era “la papita”, y en vez de pedir la cuenta o el cheque reclamaba “la hoja clínica.”»
Hablando nos entendemos…
El King siempre quiso ofrecer “su más sencilla, su mejor canción”
«Una noche de aquellos tiempos en que todavía hacía frío en nuestros inviernos, terminé mi trabajo a la una de la madrugada y emprendí a paso doble el camino desde la calle 23 hasta el Club 21. “¡Oye King!”, me gritó una voz inconfundible. Venía al parecer con el mismo rumbo. “Vamos a echarnos un planazo en el 21”, y seguimos juntos esa cuadra larga para encontrarnos al final con otro ronco: Pedro Izquierdo, más conocido por Pello el Afrokán. Al cabo de un rato en la barra del 21 les tuve que pedir que me dejaran la banqueta del medio, pues de lo contario, ni modo de que entendiera lo que decían. (…) Otra cosa resultaba cuando el tercer interlocutor era Tata Güines, con su propio idioma de percusionista lleno de vocablos como “chákata”, “príkiti” y sus respuestas enigmáticas: “irás a París”, “tú no sospechas” o “Agustín Lara”, más algún sustantivo genial como “musulungo”, aplicable a todo individuo que no sirve para nada, pero más específicamente a los burócratas. El King estaba entre la exigua minoría que entendía a Tata.»
Leonardo Acosta siempre afirmó que el carácter de José Antonio no varió ni un ápice a pesar de los años transcurridos. «Mantuvo —decía—, su naturalidad hasta el final, su buen humor y su manera directa de abordar las cosas. Siguió siendo el tipo que sólo quería ofrecer “su más sencilla, su mejor canción.”»