Apenas con quince años tuve el privilegio de asistir a aquellos conciertos memorables que Irakere ofrecía en el Cine-Teatro América, en el corazón de la Calle Galiano. Me refiero a los finales de la década de los sesenta, momentos en que no tenía una noción exacta de la trascendencia y grandeza de ese fenómeno por el que éramos agraciados. La imagen más viva que preservo de aquellos acontecimientos es la del rostro sudado e intenso del cantante y percusionista Oscar Valdés, que con su voz singular ponía de pie a los fieles de la buena Música Cubana.
Ahora lo comprendo todo mucho mejor, Irakere es más que una leyenda, aunque con materia prima suficiente para crear la fuerte mitología que desde hace tiempo le rodea. En realidad asistimos a una auténtica revolución dentro de nuestra música protagonizada por un grupo de ejecutantes en su mayoría provenientes de La Orquesta Cubana de Música Moderna.

Enrique Plá, Oscar Valdés, Averhoff, D´Rivera, Sandoval, Varona… músicos virtuosos de Irakere
Detrás de un proyecto tan excepcional tenía que existir un espíritu marcado por la genialidad y las ansias de transformación como el del pianista arreglista y compositor Chucho Valdés; quien además contó con la dicha agregada de encontrarse en su camino a un puñado de virtuosos que respondían a los nombres de: Oscar Valdés (percusión y voz); Carlos del Puerto (bajo); Paquito D´Rivera y Carlos Averhoff (saxos); Carlos Emilio Morales (guitarra); Jorge Varona y Arturo Sandoval (trompetas); Enrique Plá (batería); y Alfonso Campos (congas); constituyendo de esa manera la nómina de la fecunda primera etapa de la agrupación.
Las interpretaciones de cada una de las piezas del repertorio se transformaban en eventos de marcada espectacularidad gracias al diálogo sorprendente que se establecía entre los instrumentos; y pienso que en ese sentido se encuentra uno de sus mayores aportes debido a la capacidad de conseguir un timbre o estilo muy propio a partir de la libertad personal de los ejecutantes; combinando propósitos muy bien marcados, con el desborde de la improvisación; cuestión que contribuía a que fueran identificados por algunos por su tendencia a lo jazzístico, inclusive en momentos que interpretaban la más sabrosa música bailable, o se intricaban en los vericuetos de las tradiciones afrocubanas.
Entre tantos talentos se fue consolidando una especie de conjura o conspiración sonora cuya principal característica era la amplitud y el desprejuicio a la hora de elegir y asumir la música, para ellos ir de lo sinfónico a lo más popular bailable, pasando por los legados de África y los registros del jazz se transformó en un acto de total naturalidad. Si hoy se habla en Cuba con mucha frecuencia del término fusión, es justo decir que Chucho e Irakere fueron los grandes difusores de esa práctica entre nosotros y con esa virtud lograron encantar al público de diferentes latitudes.
A través de este proyecto se concretaron algunos viejos anhelos de nuestra música e identidad, vinculados la mayoría a la promoción de las ya mencionadas herencias africanas; también con relación al protagonismo de Cuba en el proceso de formación de un jazz moderno.
El grupo en su funcionamiento como laboratorio estuvo muy al tanto de llevar con equilibrio el rescate de la tradición y una constante transformación de conceptos sonoros; actitud que les permitió compartir escenarios con otros consagrados de la isla tales como Leo Brouwer; Silvio Rodríguez; y Manuel Duchesne Cuzán, dirigiendo La Sinfónica Nacional; en la arena foránea con intérpretes de la talla de Mary Lou Williams, McCoy Tyner, Bill Evans, Larry Coryell, Chick Corea, Maynard Ferguson, Stan Getz, Herbie Hancock, Michael Brecker, Al Di Meola, y Dizzie Gillespie, entre otros.
Con la salida de la banda de Paquito D´Rivera y más tarde de Arturo Sandoval, se puede decir que se inicia una segunda etapa de Irakere; en la que se integran a la agrupación otros instrumentistas como José Luis Cortés, Miguel Díaz (Angá), Germán Velazco, César López, Orlando del Valle (Maraca), Mario Fernández (El Indio); que con notable talento e indetenible juventud enriquecen y marcan visibles cambios en su sonoridad. Ya a finales de la década de los noventa Chucho Valdés parece comprender que los ciclos naturales de la agrupación fundada en 1973 habían concluido, y se concentra en la realización de proyectos personales, marcando de esa manera su fin.
Más que hablar de premios, giras, y reconocimientos, que son ya tan conocidos, lo que más me ha interesado es explorar un tanto en sus herencias, contribuciones y el legado dejado para la memoria colectiva de una potencia musical que cuida desde el recuerdo y también desde la nostalgia, de ese tesoro capaz de seguir transmitiendo enseñanzas a tantos jóvenes y placer incontenible a los más maduros.