Fiel a nuestro hábito de recordar a figuras famosas de la canción, no podemos pasar por alto a Freddy, quien junto a otras estrellas como Celia Cruz, han puesto el nombre de la canción cubana en el merecido lugar que le corresponde.
Por Rolando Aniceto
Freddy llegó con la noche habanera y se nos fue antes del amanecer. Con su timbre inusitado parecía estar hecha para escucharla junto a la brisa, las estrellas y la luna del trópico.
Noche de ronda, El hombre que yo amé, Vivamos hoy, ¿Debí llorar?, y muchas otras piezas latinoamericanas nos recuerdan, hace más de medio siglo, un modo de decir la canción que a nadie se parecía.
Según el musicólogo Helio Orovio, cuando estábamos acostumbrados a sentir otros estilos, llegó aquella mujer con un registro vocal que se movía del plano medio al grave, y esa sonoridad de contralto sobrecogió a todos.
Su vida de privaciones y una infancia triste le salía del alma
El caso de Freddy es único en la canción cubana, cuando estaba en pleno apogeo, alcanzaba la consagración artística y quedaban atrás los años de miserias y privaciones, la muerte le jugó una mala pasada. “Soy una mujer que canta para mitigar sus penas”, dijo en un club nocturno.
La estrella cayó inesperadamente a las dos de la madrugada en el bar “Celeste” de Infanta y Humboldt, era el año 1959.
En el lugar se encontraban los periodistas Néstor Baguer y Carlos Palma, junto al maestro Adolfo Guzmán.
Cuenta Baguer que una mujer joven, negra, de más de 260 libras de peso y en sandalias, le pidió que le pagara un trago.
Como a los diez minutos, la canción Noche de ronda sobrecogió a todos, era la mujer obesa que cantaba en la esquina del bar.
Relata Baguer que el maestro Guzmán le dijo que era una maravilla, por lo que decidió llevarla al Hotel Capri. Al día siguiente, en el lujoso hotel, aquella mujer contrastaba con el ambiente.
Cuando el director la vio dijo a Baguer: “¿Te has vuelto loco?”, pero en cuanto Freddy cantó, las palabras del norteamericano fueron “¿How much?”.

Freddy cocinando
La camagüeyana Fredesbinda García Herrera (Freddy), era cocinera de la casa del doctor Arturo Goicochea, líder del béisbol profesional, donde ganaba 40 pesos mensuales, y llegó a ser la artista que más tiempo estuvo en la cartelera del Capri. La música se la escribió Rafael Somavilla, y entre música y vestuario el cabaret invirtió diez mil pesos.
El programa televisivo Jueves de Partagás, acostumbrado a llevar ante sus cámaras modelos de pequeña silueta, le pagó 300 pesos solo por dos canciones.
Lo inimaginable
Cuenta el doctor Fernando G. Campoamor en sus crónicas, que en los estudios de CMQ televisión, ensayaban bajo la dirección del afamado González Mántici, cuando Freddy dejó de cantar, el maestro, sorprendido, le preguntó por qué había dejado de cantar, a lo que ella respondió que la orquesta no sonaba bien.
Cuando algunos creían que se trataba de una loca, el conductor sonrió y se dirigió al hombre de la batería y le dijo que no había marcado el compás escrito en el papel.
Entre 25 maestros, la cocinera, sin saber música, se negó a cantar desacompasada.
Durante año y medio de luminoso arte, aquella doméstica visitó Venezuela, México y Puerto Rico. Durante una de sus giras en este último país, falleció a los 23 años de un infarto en el miocardio, que no resistió sus 138 kilos de peso.
Era demasiada felicidad para un corazón tan humilde.