Mucha ilusión me hace saber que este mismo mes se desarrollará en La Habana un festival internacional dedicado a nuestro baile nacional, el Danzón. En medio de tanta música banal y de tantísima letra soez, esta noticia es un viento fresco que viaja desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días. Los cubanos, que tenemos un “lema” para todo; le hemos endilgado al Festival Danzón Habana (a celebrar del 21 al 25 de junio de 2017) el siguiente: “Del Danzón al Mambo y al Cha cha chá en el centenario del natalicio de Dámaso Pérez Prado”. Se pudiera pensar que es largo, pero justo. Destaca tres de los géneros más importantes en la historia musical cubana, pródiga en muchos. Dedicado también estará este festival a las inconmensurables figuras de Paulina Álvarez (si aún no has oído el disco de Omara Portuondo, la diva del Buena Vista Social Club con Paulina, es hora de que lo hagas), y de Aniceto Díaz, creador del danzonete, género derivado del danzón. Asimismo se recordará la llegada del danzón a México, específicamente a la península de Yucatán.
– ¿Esta noche hay baile? No, que me sudo
La tradición de bailes públicos en Cuba data del año 1791. Se iniciaron en un primer momento en las afueras de La Habana, sobre todo en la localidad de Arroyo Naranjo. Fue cuestión de meses que en la ciudad, también se pudiera disfrutar de este esparcimiento tan apreciado por los habaneros. Los géneros bailables más tocados fueron la danza y la contradanza provenientes de la colonia española, permeados, según los entendidos, de un matiz afrancesado, considerado “chic”. Esta influencia años más tarde se reafirmó por el éxodo de colonos franceses de Haití y de Santo Domingo, radicados sobre todo en el oriente de Cuba. De la atmósfera “agitada y desenfrenada” de estos bailes da fe este párrafo, tomado de un periódico de la época, de nombre El Regañón de la Havana, del año 1830:
«Concluydo, pues, el bayle serio, se principió la contradanza, habiendo dexado a un lado todos los bailarines el juicio y la cordura. Yo no me atrevo a pintar todo lo que allí pasó (…) baylose la contradanza todo lo peor que fue posible, y después de veinte minutos de retozo no muy decente, porque aquello no fue otra cosa, se retiraron todos los danzantes llenos de sudor y sofocadísimos, para volver de allí a un rato a la misma fagina otra vez».
¡Ay mi querido cronista, hubieras muerto no una, mil veces si ves en La Habana del 2017 a la muchachada bailando reguetón!, Pero bueno, sigamos en el tema que nos ocupa. Súmale a las florituras del baile, los cuellos altos y los fracs, las corbatas de lazo y los chalecos, todas prendas obligadas de la indumentaria masculina. Las mujeres tampoco lo tenían fácil embutidas en corsés y miriñaques, con faldas, sobrefaldas, sayuelas, refajos… Sudaban de lo lindo. Según pasaba el tiempo, las danzas españolas fueron convirtiéndose en danzas criollas, que a su vez dieron paso a las contradanzas… El clima cálido y voluptuoso de los trópicos siguió modificando estos bailes y así, en 1850 en el interior del país, específicamente en Matanzas, los jóvenes negros y mulatos ya comenzaban a interpretar piezas formadas por cuadros a las que llamaban danzón porque su coreografía estaba basada en una danza “aumentada” con nuevos pasos y figuras, más cadenciosas y acompasadas. Al parecer eran algo complicadas, puesto que había que solicitar permisos para ensayar el baile semanas antes de su presentación. Sin embargo, hubo que esperar todavía algo más de treinta años para que otro matancero, popular intérprete de contradanzas y de nombre Miguel Faílde, lograra, tras algunos intentos, un nuevo modo de recrear musicalmente la vieja coreografía que de forma local se conocía como danzón. Su primera pieza la tituló Las alturas de Simpson. Tanta fue su aceptación que las orquestas tenían que repetir el número dos y tres veces en una noche a petición de los bailadores. La orquesta que interpretaba se componía de instrumentos de viento, en su mayoría; algunas cuerdas y mínima percusión.
Venturas y desventuras del Danzón.
Parece increíble, pero es cierto. Después de conocer la aceptación, el Danzón tuvo su momento de rechazo. La adinerada sociedad habanera de la década de los 80 del siglo XIX empezó a considerarlo un “baile de negros” y quedó prácticamente proscrito de los salones de baile más exclusivos. Se destacaron dos lugares en los que el género se bailó a pesar de todo; el primero: el Salón Trotcha en El Vedado, zona que se empezaba ya a definir como barrio residencial, y en La Glorieta de la playa de Marianao, los sábados y los domingos. La ola de rechazo comenzó a disolverse entrada la última década del siglo, lo que era un “baile de negros” pasó a llamarse un “baile cubano”. Algunos investigadores consideran que una de las principales razones para este retorno triunfal consistió en que finalmente, los músicos aprendieron la verdadera fórmula del danzón creado por Faílde e inteligentemente usaron, además de algunos temas africanos, fragmentos de arias de óperas, zarzuelas, guarachas y canciones, que aportaban un toque de refinamiento. Además, las pequeñas agrupaciones instrumentales conocidas como charangas francesas, hicieron suyos los temas danzoneros y los elevaron a la cúspide de la popularidad. Tanto fue así que la visita de la Infanta Eulalia de Borbón (con múltiples resonancias en la sociedad cubana de aquel tiempo) y de don Antonio de Orleans fue ocasión propicia para mostrarle los acordes del renovado género. El suceso quedó reseñado de esta forma por la famosa revista La Habana Elegante, en su edición del 21 de marzo de 1893:
«La real pareja, después de recorrer los salones y galerías del Casino Español, se detuvo para ver bailar el tan injustamente criticado danzón, admirando las dulces melodías que lo caracterizaban».
Ya entronizado, el Danzón tuvo muchos cultores, entre ellos los más importantes fueron: Raimundo y su hermano Pablo Valenzuela, quienes dieron a conocer en La Habana a la orquesta de Miguel Faílde; Manuel Saumell, Antonio María Romeu, Eliseo Grenet y José Urfé, todos ellos llenaron los primeros años del siglo XX de gracia y donosura. Mención aparte merece el inolvidable Barbarito Diez, el cantante danzonero por antonomasia, sin rival a la hora de abordar el género.
México se enamoró del Danzón
Fotograma de la película mexicana “Danzón” (1991) de la directora María Novaro
El Danzón se bailaba “en un ladrillito”, con la pareja mirándose a los ojos; ella, con el abanico presto a hablar en un lenguaje sólo apto para conocedores; él, derrochando encanto y cortesía. No había lugar para el irrespeto, tenía estrictos códigos incluso para el “abrazo” de ambos bailadores: era impensable encontrar una mano más alta o más baja de lo debido.
El propio diseño de la música, con un parte inicial introductoria, y otras partes destinadas al baile, hacía que amigos o enamorados tuvieran ocasión de hablar o entregarse a requiebros amorosos, cosa que era mal vista si se hacía en otros lugares, de acuerdo a las férreas normas morales de la época. Estos encantos hicieron que en Yucatán prendiera rápidamente el gusto por este baile, llevado a tierras mexicanas por los inmigrantes cubanos que huían de la convulsa situación política de Cuba a fines del siglo XIX. Algunos elementos se conservaron, pero irremediablemente los músicos locales (sobre todo de Veracruz) le pusieron un sello particular. A las orquestas que interpretaban danzones se les llamó danzoneras y estaban dotadas de una muy completa sección de metales y cuerdas. El género se abrió paso hacia el interior del país, llegando a la capital, y su exponente más alto fue el Salón México, templo del popular baile, con funciones que comenzaban a las siete de la tarde y terminaban al amanecer. En los años 60 de la pasada centuria y por disposición gubernamental, el Palacio del Danzón, como también se le conocía, cerró las puertas pero algunos locales más discretos continuaron abiertos para alegría de sus fanáticos. A pesar de haber nacido en Cuba, el danzón cayó en declive en nuestro país durante el transcurso del siglo XX, principalmente por el empuje de nuevos ritmos como el Son, el Mambo, el Cha cha chá y el Casino.
Vamos a bailar Danzón
Hace algunos meses paseaba por mi amada Habana Vieja; específicamente tomaba el rumbo del puerto por la calle Oficios. Cuál no sería mi sorpresa al escuchar los inconfundibles acordes del danzón Almendra… La música provenía del Centro Geriátrico Santiago Ramón y Cajal. Intrigada, entré al patio del inmueble; la Orquesta Siglo XX estaba tocando y decenas de parejas de ancianos estaban entregados al baile, con una energía que entusiasmaba al más decaído.
El Festival Danzón Habana tendrá un concurso de baile. Se pueden inscribir parejas tanto nacionales como extranjeras y se otorgarán tres premios, así como un Gran Premio para la mejor pareja sin importar el país de origen. Me sentiría muy feliz si entre los galardonados estuviesen algunos de aquellos que vi con amplias sonrisas y ojos húmedos de recuerdos…
Fuentes: Cuba colonial. Música, compositores e intérpretes 1570-1902; Zoila Lapique Becali, Ediciones Boloña, 2008. Edición digital del periódico Granma. Blog http://danzonenmexico.blogspot.com
En esta Infografía podrás conocer algunas características de los ritmos que marcaron época en Cuba
Infografía “Géneros musicales cubanos de los siglos XIX y XX”