Una gran interrogante es la que da pie a esta crónica, de la que hacemos una versión. Fue originalmente publicada por The Daily Beast con la autoría de Larry Blumenfeld, la pregunta en cuestión es: ¿La apertura de Estados Unidos hacia Cuba iniciada por el presidente Obama permanecerá durante la era Trump? Por las amplias y buenas repercusiones en diversos campos de la cultura, específicamente en la música, valdría la pena que así fuera.
Una noche antes de la inauguración del Festival Jazz Plaza en su edición número 32 correspondiente a diciembre de 2016; la luna llena resplandecía baja en el cielo habanero. En el patio de la residencia del embajador de EEUU se ofrecía una recepción, abarrotada de gente. En el aire flotaban, sutilmente, el aroma del ron, el sonido de la música y la tímida certidumbre de una real apertura.
El pianista Arturo O´Farrill ocupó su asiento ante el teclado. Ese mismo día había trasladado en una urna de madera las cenizas de su padre, el conocido compositor y director de orquesta Chico O´Farrill, hacia el Cementerio de Colón. Chico regresaba a su tierra —nacido en La Habana en 1921 y fallecido en Nueva York en 2001—, después de que en 1959 emprendiera el camino del exilio. Ahora, entre cócteles y hors d’oeuvres, Arturo materializaba la promesa que Chico, en el comienzo de su trabajo, con la colaboración de Dizzy Gillespie y con su monumental obra “Suite de Jazz Afrocubano”, había vaticinado: una natural e indestructible conexión musical entre los EEUU y Cuba.
El pequeño ensemble que O´Farrill lideraba esa noche osciló entre estilos musicales personales y los ya establecidos. El bajista Gregg August también integrante de la Orquesta de Jazz Afro-Latino de Arturo, ganadora del Grammy, le entregó su instrumento a la guantanamera Darianna Videaux Capitel, segura en su quehacer, a pesar de sus 26 años. El estilo Bebop se transmutó a Bolero cuando Omara Portuondo, la Diva de Buena Vista Social Club se les unió en una canción. La trompeta de Adam O´Farrill, hijo de Arturo y estrella naciente en los circuitos de jazz neoyorquinos, lució brillante en sus improvisaciones, compartidas en varios momentos con el trompetista cubano Jesús Ricardo Anduz, con increíble destreza y pulcritud de tonos, insólitas para sus 19 años. La juguetona “competencia” entre ambos, daba pie para creer en el nacimiento de una amistad basada en discursos musicales comunes. Por su parte, Arturo rápidamente cedió los teclados a Fabián Almazán, quien la noche siguiente integraría la nómina de la Terence Blanchard’s E-Collective band. Era la primera visita a Cuba de Fabián después de 23 años, y había pasado la semana anterior a este encuentro visitando a los parientes que había dejado de ver cuando se lo llevaron de Cuba a EEUU a los 9 años de edad.
Jennifer DeLaurentis, esposa del encargado de negocios en Cuba Jeffrey DeLaurentis, se dirigió a los presentes. Recordó la actuación de O’Farrill en esa misma casa en 2014, la noche antes del día en que los presidentes Obama y Raúl Castro hicieran el sorprendente anuncio del inicio de la normalización de relaciones de los dos países. En el interín, mucho ha cambiado para aquellos que visitan ambas orillas; en noviembre del pasado año se restablecieron después de 55 años los vuelos regulares de EEUU a La Habana. En lugar de la frustrante burocracia y los carísimos vuelos chárter de antes, ahora sólo basta con chequear los vuelos disponibles en una pantalla. Mientras tanto, los aficionados a la música cubana en Nueva York revisan las programaciones de los teatros y clubes para encontrar actuaciones de músicos cubanos, un suceso extremadamente raro hace un tiempo atrás.
«Durante el año pasado, medio millón de norteamericanos visitaron Cuba» dijo DeLaurentis. «Esperábamos este crecimiento, después de más de 50 años de políticas que nos separaban». Daniel Florestano, de Montuno Productions, radicada en Barcelona y Scott Southard de International Music Network con base en EEUU se encontraban entre el público que aplaudía con la misma intensidad con la que sorbía mojitos. Ambos se asociaron por primera vez con el Centro Nacional para la Música de Conciertos de Cuba, con el propósito de agendar en el Festival Jazz Plaza a músicos norteamericanos y de otros países. Cerca de ellos también se hallaba Steven Bensusan, presidente de New York City’s Blue Note Entertainment Group, que además de su constelación de clubes de música, ahora agrega a su cartera de negocios, paquetes turísticos a Cuba para visitantes norteamericanos; además de fungir por vez primera como patrocinador del evento de jazz habanero.
Debido al embargo de EEUU a Cuba, los artistas que vienen de Norteamérica no reciben la compensación debida y las compañías radicadas en ese país no pueden trabajar directamente con entidades cubanas. A pesar de esto, el contexto legal creado por el presidente Obama no sólo ha hecho resurgir el intercambio artístico, — de grata recordación es el álbum Habana, del laureado trompetista Roy Hargrove ganador de un Grammy en 1997 y nacido al calor de su experiencia en el festival de Jazz de ese año—, sino también el número de norteamericanos que asisten a estas veladas jazzísticas. Las expectativas del pasado festival, celebrado del 15 al 18 de diciembre de 2016, fueron en este sentido ampliamente superadas. Los organizadores pudieron incluir a tres conjuntos norteños: Blanchard’s E-Collective, el McBride’s Trio y la banda ganadora de Grammy Snarky Puppy. Y como si fuera poco, un evento simultáneo al habanero, se celebró en Santiago de Cuba con la dirección artística, en este caso del pianista Roberto Fonseca. Southard hizo patente su deseo de que el festival tuviera la misma relevancia internacional del súper conocido Art Basel.
La posibilidad de viajes de ida y regreso para músicos cubanos y norteamericanos ha fluctuado según los vientos cambiantes de la política. En los últimos años de la década de los 70, se experimentó una breve pero notable distensión. Sin embargo, el presidente Reagan en 1985 retomó la línea dura. En los 90 bajo la administración Clinton, las puertas volvieron a abrirse, especialmente para los artistas, como parte de la política de intercambio people-to people. George W. Bush se encargó una vez más de cerrarlas. Después de la notable actuación de Chucho Valdés en el jazz club Manhattan’s Village Vanguard, ningún otro músico cubano residente en Cuba tocó en EEUU hasta que en 2009 la administración Obama distendía nuevamente las restricciones de viaje.
Si bien la atmósfera imperante en la residencia de los embajadores norteamericanos en La Habana era de optimismo acerca de una posible apertura, no dejaba, sin embargo, de estar teñida de incertidumbre. Diez días antes, las cenizas del líder Fidel Castro eran inhumadas en el Cementerio Santa Ifigenia en Santiago de Cuba. No es fácil tomar a la ligera este hecho, en un país que ha experimentado tantos cambios en un lapso breve de tiempo. El acercamiento respetuoso de Obama a Cuba ha sido reemplazado por el de la administración de Trump. Basados en los beligerantes tweets del mandatario después de la muerte de Castro —«Terminaré el diálogo…» —y la nominación de Mauricio Claver-Carone, un extremista pro-embargo de la Florida, como integrante del equipo de transición, parece poco probable que el anfitrión de la velada, Jeffrey DeLaurentis sea confirmado como embajador en Cuba en breve tiempo.
Si hay alguien que represente el legado del Festival Jazz Plaza; ese, es Chucho Valdés. Su padre Ramón “Bebo” Valdés, era una figura central de la primera generación de músicos que integraron orquestas de mambo con estilo Big Band. Bebo se desempeñó durante una década como pianista arreglista para el afamado cabaret habanero Tropicana, trabajando mano a mano con estrellas como Nat King Cole y Sarah Vaughan. «La música cubana y el jazz norteamericano, eso es lo que vivíamos y respirábamos en mi casa», me dijo una vez Chucho. «Aprendí a tocar al estilo de Jelly Roll Morton oyendo a mi padre tocar».
La primera actuación de Chucho Valdés en un Festival Jazz Plaza fue en 1980, al mando de su mítico grupo Irakere. Esto sucedió justamente dos años después del debut en EEUU de la banda, ocurrido en el Carnegie Hall en 1978, en el Festival de Jazz Newport. En aquella ocasión aparecieron fuera de programación, en una velada en la que actuaban Mary Lou Williams, McCoy Tyner y Bill Evans, y se robaron el show. Valdés les presentó a los norteamericanos una música subversiva con dos núcleos centrales: el primero, la consecuencia del rechazo en los primeros años de revolución a cualquier manifestación jazzística o rockera que proviniera del país norteño y segundo, la semilla de lo que posteriormente se conocería como “timba” cubana. La sólida banda de Valdés tenía un sonido enorme y expresaba múltiples influencias; desde la música folclórica de los afrodescendientes, hasta el legado de su padre, Bebo; pasando por el modo de hacer de pequeños conjuntos de jazz como el de Art Blakey y también el rock permeado de jazz de Blood, Sweat & Tears.

Cuenta Christian Lee McBride: “Mi padre Lee Smith, tocaba el bajo para el conocido percusionista cubano Mongo Santamaría”
En la conferencia de prensa que antecedió al festival, los hilos conductores de toda esta cadena de intercambios no pudieron exponerse de mejor forma. Valdés habló de la banda Blakey’s Jazz Messengers, como inspiración para el nombre actual de su conjunto, los Afro-Cuban Messengers y de cómo aun a sus 75 años le sigue seduciendo la influencia de Blakey sobre numerosas generaciones de jazzistas norteamericanos. Terence Blanchard habló seguidamente de su trayectoria en la banda de Blakey, en la que se inició muy joven tocando la trompeta y de cómo en su opinión, Valdés proyectaba la misma autoridad rítmica y propósitos comunes. Christian McBride también acercó vivencias, cuando recordó que su padre Lee Smith, en el período de 1977-1981, tocaba el bajo para el conocido percusionista cubano Mongo Santamaría, de indeleble impacto en la música norteamericana, cuando decidió establecerse en EEUU. «No creo que la mayoría de los norteamericanos comprendan cuán cubana es la música que se crea en EEUU».
Blanchard, nacido y criado en Nueva Orleans habló con pasión mal contenida acerca de su primera visita a Cuba y de los estereotipos que los norteamericanos poseían acerca de la Isla. «Me frustra el hecho de constatar que tengo 54 años y de que he estado a tan solo 45 minutos de este lugar durante mi vida entera». Agregó: «Siento como si algo me hubiese sido arrebatado durante un tiempo demasiado largo. Mi gente necesita estar aquí y ver la verdad, no la mentira. Y esto es lo que ha hecho siempre el jazz. La historia de esta música es decir la verdad».
Esa noche, en el habanero teatro Mella, Valdés tocó un extenso set con su grupo, en el que mostró todo el rico espectro de su expresión, desde el virtuosismo más atronador hasta una íntima delicadeza, y la maravillosa interacción de una sección rítmica que combina por igual batería, tumbadoras y tambores batás, el juego primario de tambores que constituyen los elementos cruciales en los rituales Afro-cubanos. Finalizó extendiendo una invitación a Blanchard y McBride a subir al escenario. El punto final fue la pieza “Caravan”, en la que Blanchard evocó la manera de tocar de Dizzy Gillespie y que de paso, hizo rememorar una grabación con más de 60 años, que formaba parte de un álbum de nombre Afro, un trabajo que implica más unidad que fusión.

“Para cualquier Afro-americano, Cuba es un eslabón perdido en su propia identidad” dijo Terence Blanchard
El Festival Jazz Plaza se celebró en 4 noches, pero su dimensión real desbordó los límites temporales. Además de pianistas razonablemente conocidos en EEUU por sus grabaciones como Harold López Nussa y Roberto Fonseca, hay talentos que vale la pena seguir como el trompetista y compositor Yasek Manzano.
Mi sede favorita del Jazz Plaza es la Casa de la Cultura de Plaza, al aire libre, donde el grupo Interactivo en un alarde de energía y renovación, violó fronteras geográficas y musicales con facilidad y gracia. En las noches siguientes el bajista Alain Pérez dirigió un ensemble que combinaba elementos Afro-cubanos con improvisaciones jazzísticas, con evidentes guiños al estilo de James Brown. La percusionista Yissi García y su banda XX fue notable por su elenco de músicos mujeres y la actuación de la espléndida cantante Daymé Arocena. El pianista Rolando Luna tuvo asimismo varias presentaciones en distintas sedes del festival y me dejó con las ganas de escucharle pronto en EEUU. La profunda relación de Arturo O’Farrill con Cuba se hizo nuevamente patente en la noche de clausura, en la que compartió escenario con artistas de la Isla. Nuevamente recibimos al trompetista Jesús Ricardo Anduz, con un notable desempeño, el mismo que espero ofrecerá, cuando se presente en Nueva York.
La impronta del Jazz Plaza de este año tendrá repercusiones en meses venideros. El pianista Fabián Almazán visitó pocos días antes de la inauguración del festival, la reserva natural Las Terrazas en la provincia de Pinar del Río. En ese lugar grabó cantos de pájaros, que espera incorporar en un álbum próximo para su disquera independiente, Biophilia Records.
En el aeropuerto José Martí, en espera de su vuelo, Terence Blanchard contaba que en cualquier lugar que visitara en Cuba, el apreciaba las mismas expresiones faciales y movimientos de sus amigos y parientes en Nueva Orleans. «He viajado por Europa y Japón durante mi vida profesional y he sido grandemente influenciado por estos lugares, pero no se compara con esto. Para cualquier Afro americano, este es un eslabón perdido en su propia identidad. Decididamente esto cambiará la forma en que toco y además, de lo que toco», afirmó.
En el vuelo de retorno a Nueva York, que hice con O’Farrill, recordé algo que me había comentado en 2014, después de que Obama y Raúl Castro hicieran su histórico anuncio. «Llegó el tiempo de mantener una relación franca con la música Afro-cubana y no verla como algo exótico. Verla y vernos a nosotros mismos como herederos de un legado común y como verdaderos socios».
En 2014 Obama prometía el «comienzo de un nuevo capítulo entre los pueblos de América». Espero que Trump no cierre de un porrazo ese libro. A fin de cuentas, la historia entre estos músicos comenzó mucho antes del establecimiento del embargo, y así, continuará.
Fotos: Roberto Ruiz