Pocas veces una cantante ha levantado tantas pasiones dentro y fuera de Cuba como Celia Cruz, ahora de nuevo en la palestra por la polémica serie que ha suscitado divisiones entre los que la conocieron personalmente y los productores de la misma, empeñados, según los primeros, en dar una imagen simplona y edulcorada de quien fue, sin lugar a dudas, una de las figuras de la música cubana más relevantes del siglo XX. Hasta el presidente Obama en su discurso en La Habana la nombró entre las personalidades de la música cubana más internacionales. Esta vez el periodista Michel Hernández trae a nuestra página una rica semblanza de la artista, de la cual Tradicionales de los 50 hace un homenaje permanente en cada uno de sus espectáculos.
Por Michel Hernández (periodista invitado)
Dice un amigo que la trataba que cuando Celia Cruz gritaba ¡Azúcar! la cantante se estremecía y estremecía, también, al mundo que giraba bajo sus pies. La frase más dulce de la salsa no era más que el fuego primario de la revolución de caderas, de cuerpos enfebrecidos, de pasiones dramáticas y seductoras que tomaban la pista cuando la reina descendía al escenario y comenzaba a ejercer sus dictados sobre los bailadores. Ellos, simples mortales, sabían con certeza que era imposible resistirse a esta andanada de ritmos caribeños y se dejaban arrastrar por el vendaval sonoro que se extendía sobre todos y cada uno de ellos, los tomaba por la cintura, les prendía fuego en la cabeza y luego los arrojaba a la pista transformada ya en un impetuoso paraíso de sudor, alegría y frenesí.
Celia cambió junto a Tito Puente la cara de la música “Salsa”
No había nadie que se resistiera al encanto y a la voz tropicalizada y caribeña de esta cantante que llevó una vida cargada de material para la leyenda. Nació en octubre de 1925 en La Habana, donde sobresalió a finales de los años 50 como una intérprete muy prometedora junto a la Sonora Matancera; salió de Cuba en 1960 con un contrato para tocar en México; cambió junto a Tito Puente la cara de la salsa en Nueva York y puso a bailar a la ciudad entera al rimo de la fiebre del son montuno, el Cha cha chá o el mambo; actuó en Zaire cantando música cubana antes de la histórica pelea entre los boxeadores Muhammad Alí y George Foreman en 1974; obtuvo un Premio Grammy y una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, y fue la figura más internacional de la música popular cubana de todos los tiempos.
Por ser, fue hasta una de las figuras icónicas del grupo Fania All Star, un proyecto encabezado por el músico Johnny Pacheco y el empresario y productor Jerry Masucci, con el objetivo de difundir la música latina en Estados Unidos. El colectivo, fundado Nueva York en 1968, vivió uno de sus momentos más memorables con un concierto en el Yankee Stadium, el cual dio lugar a un disco en el que cobra protagonismo precisamente Bemba Colorá, uno de los temas mayores del repertorio de Celia Cruz. Para entonces (hablamos de mediados de los años 70) ya la salsa no era solo un patrimonio cubano; también era un fenómeno internacional y el mundo daba gracias por ello.
Sus discos son una invitación a poner en libertad las caderas, aunque, hay que decirlo todo, en ellos también la cantante respira nostalgia por su isla natal. Son más de 70 álbumes publicados durante cuarenta años de carrera, una mezcla de salsa estilizada, de son, de ritmos cubanos y latinos con aires universales. Hay canciones en su repertorio que fueron abrazadas como himnos, tanto por los músicos radicados fuera de Cuba como por los residentes en el país caribeño. Cierto: la cantante se marchó de la Isla a inicios de los años 60 pero nunca se llegó a ir completamente, pues su voz se continuó escuchando por muchos cubanos en la intimidad de sus casas o en la alegría de las fiestas familiares, a veces en un tono más bajo, a veces en un tono más alto.
Así muchos bailaron, como si tuvieran el corazón en la mano, al ritmo de leyendas como Burundanga, La vida es un carnaval, Quimbara o Yerbero Moderno. Actualmente en los medios de la Isla se escuchan referencias a sus memorables interpretaciones y si uno se sumerge en los programas locales puede llevarse una sorpresa y tirar un pasillo— como dicen los bailadores bien curtidos—, al ritmo de famosos estribillos como Songo le dio a Borondongo, / Borondongo le dio a Bernabé, / Bernabé le pegó a Puchilanga, le echó burundanga / que hincha los pies.
En verdad, la cantante tenía un poder de convocatoria por el que mataría cualquier artista. Actuó en los escenarios de medio mundo y reunió a miles de personas, bailadores o no, atraídas por la curiosidad de ver en vivo a un mito viviente de la música popular o por la certeza de que presenciar un concierto suyo era un momento único e irrepetible.
En el 2003 la llamada “Guarachera de Cuba” falleció a causa de un tumor cerebral y la ciudad de Nueva York la despidió como correspondía: se escuchó a todo volumen la música cubana y su cuerpo fue llevado en un carro tirado por caballos blancos por las calles para que sus admiradores le brindaran el último adiós a la cantante con más azúcar de la música cubana.