50 sombras del negro en la Cuba colonial
Se llamaba Claudio José Domingo Brindis de Salas Garrido. Era negro y nació en La Habana el 4 de agosto de 1852. Fue un virtuoso del violín, uno de los hombres cubanos más condecorados del siglo XIX y paseó su arte por teatros de fama mundial. Todas estas proezas las hizo en medio de desfavorables circunstancias, teniendo como telón de fondo uno de los regímenes esclavistas más feroces y largos en la historia de América; el que se desarrolló en Cuba. ¿Cómo logro sobreponerse a este mal social? ¿Cuáles fueron las armas de las que se sirvió él y su familia para vencer estos obstáculos? Aquí te lo comentamos…
La “música de negros” en Cuba
Muchas figuras de renombre intelectual, como Alejandro de Humboldt, considerado el segundo descubridor de Cuba, hablaron en su tiempo acerca de la marcada diferencia social, no ya de blancos y negros, sino de la que existía entre la misma población negra esclavizada, diferencia que; dicho sea de paso, al poder colonial español le interesaba mucho mantener. No por gusto Julio César, el emperador romano, estipuló para la historia la célebre máxima que reza “Divide y vencerás”.
No era lo mismo ser un esclavo sirviente en casa de hombre rico en La Habana o trabajar por cuenta propia, dándole a su amo una retribución diaria, que ser uno de los miles negros que servían de sol a sol en un ingenio de azúcar. A nadie sorprenda que en los albores de los años 1800 en Cuba, se encontraran estamentos dentro de la población negra y mulata poseedora de propiedades, dinero y ¡hasta esclavos!
A este peculiar grupo socio económico se le indujo a imitar ciegamente la cultura y civilización europeas, hubo muchos que incluso renegaron de su religión y abrazaron compulsivamente el catolicismo que impuso la metrópoli. Tales actos tuvieron como recompensa el acceso a determinados lugares de elevado rango social, político y económico, normalmente vedados para el común de la población negra. Precisamente dentro de esta élite social negra y mulata se pueden citar los nombres de notables músicos, intérpretes o dueños-directores de orquestas, que lo mismo amenizaban recepciones oficiales en el Palacio de Gobierno, que acudían al llamado de los populares “bailes de cuna”, celebrados por gente de humilde extracción social. Entre estos músicos se encontraban Tomás Buelta y Flores, Ulpiano Estrada, Tomás de Alarcón y el célebre Claudio Brindis de Salas, padre del que llegó a ser el más famoso violinista cubano y al cual dedicamos estas notas.
Quien pretenda minimizar la importancia de estas clases dentro de la historia musical cubana, incurre en un craso error. Válido es recordar, que el quehacer musical popular o profesional en la isla antes de 1844, estaba ejercido por la población negra.
El “peligro negro”
El ejemplo, para algunos nefasto, de la revolución haitiana, hizo que intelectuales de renombre consideraran que este rápido crecimiento social de los negros era un peligro para la mayoría blanca; por tanto, se hizo lo posible y lo imposible por eliminar a este pujante sector demográfico. Las organizaciones de negros con fines pacíficos y la celebración de los cabildos o fiestas religiosas de la raza negra fueron prohibidas por bando gubernamental, incluso connotados directores de orquestas, como los que antes te mencionábamos, fueron inculpados de pertenecer a organizaciones conspirativas contra el poder español. Entre ellos fue apresado el padre del protagonista de nuestra historia.
La consecuencia directa de tales manejos fue que desaparecieran las orquestas populares de baile. Algunos de sus directores nunca volvieron a oficiar como músicos y otros, como Claudio Brindis de Salas, volvieron pasado un tiempo, al ámbito cultural de la capital… El año 1852 fue el que marcó el regreso del músico, junto con otra gran alegría, nacía su hijo Claudio José, el virtuoso.
La Habana elegante
Muchos bailes de alta sociedad, ofrecidos en salones exclusivos, fueron testigos de la activa participación de Claudio Brindis, ya plenamente reintegrado a la vida normal. Resurgió como ave fénix, gracias a las buenas relaciones que mantuvo con la familia Calvo-Chacón, que le evitó sufrimientos mayores y le consiguió a cambio de purga de penas en prisión, un destierro a México, del cual volvió. Brindis padre fue también un destacado compositor de contradanzas, las cuales interpretaba con su orquesta La Concha de Oro (homenaje del músico al Capitán-General español en la isla, de apellido Concha).
Entrada la década de los 60, específicamente en 1863, la orquesta cambia de nombre, por el de La Eficacia, y es precisamente esta agrupación la que sirve de testigo al debut escénico de dos de sus hijos, uno de ellos ya considerado un ejecutante de ley, tal y como podemos constatar en este fragmento de La Gaceta de La Habana, del 17 de diciembre de 1863:
Otro concierto. – Claudio Brindis de Salas ha determinado dar un concierto en unión de sus dos hijos el viernes, en el Liceo. ¡Está bien! Dicen que uno de estos, no obstante su tierna edad vence grandes dificultades en el violín, que es, como todo el mundo sabe, el más difícil de los instrumentos…
Exactamente a los 9 años de ser publicada esta nota, fallecía el patriarca familiar con el orgullo de ver a sus hijos educados en la tradición musical. Necesario es hacer notar la importancia en la historia musical de nuestro país de familias tales como la de Brindis y, más acá en el tiempo, la familia Lecuona o los Valdés. Pero continuemos con nuestra historia.
Todo está en el empeño
Dicen que el padre le aconsejó completar su formación y hacer carrera en el extranjero… La veracidad de esta afirmación pocos la saben. Lo cierto es que Claudio José, después de varios conciertos en Cuba y en México decidió poner rumbo a la vieja Europa y tomarse muy en serio sus estudios. El prestigioso Conservatorio de Música de París le sirvió de escuela, para arreglar aquellos defectillos que una instrucción familiar en Cuba pudieran haberle estorbado en su carrera internacional. Lo demás es historia. Se ubica en la vanguardia musical de su época dando conciertos en París, Berlín, Londres, Madrid, Florencia, Viena… El mundo caía rendido ante su interpretación.
En el sitio web del Archivo Nacional de la República de Cuba, aparece un testimonio de una de sus actuaciones, esta vez en una tertulia privada en Buenos Aires. Dice el cronista:
Salas se había puesto de pie, al lado del piano, en el que el maestro Rodó lo acompañaba. Su mano se alzó de pronto, cayendo con el arco sobre las cuerdas del violín. Algo extraño pasó entonces. Aquello era un sonido, una sola nota, pero que con su vibración se había apoderado de cuantos estaban en la sala. Desde aquel momento todos miraron al mismo punto, y todos parecían seguir con profunda abstracción, y algunos hasta con el movimiento de su cuerpo, los giros de las frases, sus inflexiones, el dibujo sonoro, en fin, que es el ritmo melódico…
Embrujo, magnetismo, profesionalidad… Todas estas dotes le hicieron merecedor de títulos tales como “El Paganini negro” o “El rey de las octavas”.
Brindis vuelve a Cuba y ofrece en 1886 un concierto en el Teatro Tacón conjuntamente con uno de sus maestros, Félix Van der Gutch y también con Miguel González Gómez. En el repertorio incluyó el concierto para dos violines de H. Leonard, la Rapsodia Húngara número 2 de Liszt, Fausto (paráfrasis de Wieniawsky), entre otras piezas. El concierto fue un éxito rotundo en los predios habaneros.
El precio de la fama
Recitales y conciertos en las honras fúnebres del gran músico
Casó con una aristócrata alemana con la que tuvo dos hijos, alcanzó toda la gloria y honores posibles dentro de su profesión, paseó su arte por los confines del mundo, fue condecorado con el “Botón de Caballero de la Legión de Honor” en Francia, la “Cruz del Águila Negra” en Alemania, y sin embargo, no escapó según dicen, a pensamientos depresivos y a una perenne inconformidad.
Derrochó el dinero que le pagaban por actuaciones a manos llenas y fue a parar ya maltrecho a Argentina, país que lo vió morir en la más absoluta miseria y enfermo de tuberculosis.
Están registrados dos viajes que hizo Claudio José entre 1903 y 1905 (a escasos 10 años de su muerte, acaecida en 1911) a la ciudad de Santiago de Cuba. Si este fue un intento por sumergirse en sus raíces negras y hurgar en sus antepasados, me temo que ya no queda nadie a quién preguntarle.
Sus restos descansan desde 1930 en La Habana, actualmente en la Iglesia de San Francisco de Paula, hoy convertida en sala de conciertos en La Habana Vieja.
Fuentes: libro “Cuba colonial, música, compositores e intérpretes, 1570 – 1902” de Zoila Lapique. Sitio web “Cuba en la memoria” por Derubín Jácome y sitio web de CMBF la Radio Musical Nacional de Cuba.