Para aquellas personas que sobrepasan los setenta años y son adictos a la música cubana y sobre todo al baile del danzón, Barbarito Diez representa una leyenda que los pone nostálgicos, y les devuelve una buena cantidad de momentos felices de su juventud. Los que andamos rondando los cincuenta aunque no llegamos a disfrutar del esplendor de su carrera sí lo vimos cantar y nos marca el respeto por aquella voz tan limpia, equilibrada y a la vez capaz de transmitir múltiples emociones.
Creo que en la historia de nuestra música se pueden encontrar pocos cantantes con un sello tan singular como el suyo, aquella elegancia incomparable que se iba tejiendo entre la voz y los gestos, transformaban sus interpretaciones en clases magistrales, en encantadores instantes de seducción. Desde su postura casi inmóvil cautivó al público durante casi seis décadas.
Aunque nació en Bolondrón (Matanzas) en 1909, cuando tenía cuatro años su familia se trasladó a Manatí en la provincia de Las Tunas. Llega a la Habana en 1930 y ya en 1931 comienza su carrera profesional en el Café Vista Alegre. En 1937 se produce en su vida un encuentro que le transformaría la trayectoria artística; me refiero a la relación con el pianista y compositor Antonio María Romeu; este lo incorpora a su orquesta y une el destino de esa perla del canto, con el Danzón (nuestro baile nacional); ritmo que al surgir oficialmente en 1879, en la ciudad de Matanzas, supo asimilar lo mejor de las sonoridades cubanas: el son y la habanera o danza criolla.
Ya dentro de la orquesta de Romeu alcanza una notable popularidad entre todos los fieles al danzón, tardando muy poco tiempo en ser identificado como “La voz de Oro”, de ese género; en realidad resulta impresionante recordar lo bien que encajó su estilo con la naturaleza y exigencias del ritmo creado por Miguel Failde.
La Cuba danzonera y galante…
Esa etapa tiene un momento clave en el instante que su voz llega a la radio, a finales de la década de los treinta junto a la orquesta de Romeu. No se puede olvidar que de esa experiencia surgieron aquellos extraordinarios LP bajo el nombre de “Así Bailaba Cuba”; donde el intérprete conformó un repertorio envidiable de grandes canciones cubanas de compositores como: Eliseo Grenet, Ernesto Lecuona, Sindo Garay, Manuel Corona, Moisés Simons, María Teresa Vera, Miguel Matamoros, Luis Casas Romero, Félix B. Caignet y Eduardo Sánchez; dejándolas listas al antojo de los bailadores. De más está decir que estas canciones quedaron enriquecidas por su intervención.
La relación de Barbarito con Antonio María Romeu estuvo marcada por la mutua admiración, el cantante contaba : «En una oportunidad el maestro Romeu no pudo escribir un danzón que estaba anunciado para interpretarse en la fiesta programada, por lo que al llegar al baile y en uno de los pasillos del edificio donde este tendría lugar, escribió dos partes de la pieza, le indicó a los músicos que la tocaran y además les dijo que esperaran por su señal para interrumpir la ejecución de la parte escrita porque él seguiría solo al piano, improvisando. Al percatarse de tal virtuosismo, el público que bailaba abandonó su danza y rodeó al pianista, encantándose con los sonidos que brotaban de aquellas manos».
La música que no muere…
He gozado el privilegio de tener en mis manos, en varias ocasiones, esos discos de la colección ya mencionada “Así Bailaba Cuba”, tanto dentro como fuera de la Isla, porque algunos cubanos donde quiera que se encuentren continúan escuchando esas interpretaciones de piezas como: Olvido; Lágrimas Negras, Las Perlas de tu boca; Mujer Perjura; Tres lindas cubanas, Capullito de Alhelí y Ausencia, entre otras.
“El Rey del Danzón” realizó con éxito notables giras a través de este continente; destacándose su unión en la década de los ochenta a la Rondalla Venezolana, dirigida por Luis Arismendi, donde se inmortalizó su versión de Caballo Viejo, original del compositor venezolano Simón Díaz. La grandeza de Barbarito se comprende mejor cuando escuchamos en la voz de otros intérpretes canciones que él popularizó, su manera de cantar fue tan extraordinaria, que la comparación resulta inevitable.
Su fidelidad a dicho género bailable no permitió que las modas lo arrastraran hacia otros caminos; y aunque ya nos separan más de veinte años de su muerte, ocurrida en 1995, sigue presente y admirado en varias generaciones de cubanos, sobre todo entre aquellos que hacen todo lo posible para que el danzón nunca muera.