Diversos estudios científicos comprueban que hay más similitudes de las que se cree entre la música y el habla humana y que nuestras pupilas reaccionan no sólo ante la luz.
Retrocedamos al alba de los tiempos, aquella en que nuestros queridos Cromañones y Neandertales procuraban el diario sustento a su prole o arrullaban —si es que esa imagen es valedera después de tantas y tantas caricaturas que muestran a un prohombre con cara de pocos amigos arrastrando “románticamente” a su pareja a la cueva, mazo en mano—, o bien avisaban que se les venía encima una horda enemiga con aviesas intenciones… No había lenguaje amigos, al menos lenguaje entendido con el concepto de hoy. La comunicación se daba por expresiones guturales que al ser emitidas tenían un sonido que transmitía una emoción. Dichos sonidos eran amplios, de bajo espectro, graves; si la situación era comprometedora o angustiosa. Más ligeros, suaves, cortos si de demostrar algo parecido al afecto, se trataba.
Arrollando con la conga cubana
Cuando un tiempito después el hombre empezó a combinar sonidos y silencios de forma armónica y coherente, esto es; empezó a hacer música, indiscutiblemente esta huella prehistórica de las diferentes maneras de reflejar tristeza o alegría tuvieron su plasmación en el tipo de acorde (simultaneidad de tres o más notas) que utilizaban los compositores para expresar sentimientos.
En recientes estudios el profesor Dale Purves y colaboradores han llegado a la conclusión de que la gama de sonidos hallado en los acordes mayores de diferentes pasajes musicales están en concordancia con discursos humanos más exaltados, y el espectro de acordes menores tienen semejanza a la manera en que expresamos estados emocionales de tristeza o sumisión.
Si tienes dudas en cuanto a esto; te proponemos el siguiente ejercicio: camina una tarde por La Habana Vieja y disfruta del momento en que una vecina desmelenada se asoma a un balcón y grita a todo pulmón: ¡¡Yulexis, p****; no te digo más que acabes de subir que tienes la comida servida!! Ese sería un ejemplo válido para acordes mayores, esos que el gran Beethoven quiso incluir en su divina sinfonía “Pastoral” para que experimentásemos la furia de los elementos desencadenados.
¿Los acordes menores? Si lees este artículo y eres mujer, recordarás esos excelentes piropos habaneros, aquellos que por desgracia hoy se tornan más escasos que el Carpintero Real en los parajes orientales de Cuba. Los mejores de todos: aquellos dichos con ojos entornados, pícaros, rozando el borde de la sensualidad pero con respeto: “Mamita me gustas más que el helado de chocolate, te quiero saborear cucharita a cucharita…” A mí no sé por qué, esto me recuerda los acordes cortos y melódicos del inicio de la canción “El Ruiseñor” de Lecuona…
Hay que decir también que algunos músicos diestros en la ejecución de un instrumento pueden imitar con asombrosa fidelidad, diferentes sonidos humanos. Tómese por ejemplo la famosa “guitarra hablante” del músico británico Peter Frampton o la trompeta cantarina y risueña de Félix Chapottín, con su singular “ja, ja, ja, ja”, entonado en clave de sol.
Ok, ya sabemos que si leíste hasta aquí te interesa y gusta la música (¿a quién no?), suponemos que te gusta además, la pintura. Observas un cuadro en un museo, te sientes atraído por él, lo vacilas, lo ves de lejos, te acercas al mismo, hasta que sientes la voz de la veladora de sala:
– No se permite acercarse tanto a las obras…
Y tú, cogido en falta “echas pa´tras” y balbuceas una disculpa… Quiero que sepas que en ese mínimo tiempo de apreciación tus pupilas se dilataron como respuesta del organismo ante un estímulo emocional intenso. Bueno, el caso es que los sonidos también provocan este efecto. Algunos sonidos que provocan excitación de manera opuesta (voz que pelea o voz que enamora quedamente) hacen que la corriente de emociones generada incida directamente en el tamaño pupilar, el que permanece, en cambio, invariable con sonidos monótonos como los provocados por la lluvia.
La pregunta que pasa por tu mente ahora es seguramente si la música también provoca este reflejo en las pupilas y la respuesta es positiva. Un estudio llevado a cabo en Austria con 30 voluntarios ha confirmado la hipótesis. Para desarrollarla escogieron 84 partituras con selecciones de tríos (piano, cello y violín) del período romántico (primera mitad del siglo XIX) y por medio de un dispositivo llamado “rastreador ocular” midieron los procesos preconscientes de los oyentes con respecto a la música que escuchaban, traducido todo esto, claro está en la ya citada respuesta pupilar. Una de las recomendaciones del estudio es ampliar los géneros musicales…
Baile de tradición afro cubana
Creo firmemente que en eso los cubanos podríamos dar lecciones a estos estudiosos austríacos. Señores, se rompen los aparatos si se mide la reacción ante un sabroso son cubano, una rumba bien tocada y bailada, o un guaguancó que vacuna*…
¿Qué dirían estos científicos si van por La Habana escogiendo para su ensayo a sujetos experimentales en pleno balanceo de caderas; en el despelote organizado que se forma ante el grito de “¡Hasta abajo!” si de demostrar su valía como bailadores se trata…?
*Vacunar, bailando el Guaguancó se refiere al brusco movimiento de pelvis que hacen los bailarines tratando de “someter” a la mujer que tiene como pareja de baile. Este movimiento tiene connotaciones sexuales.